El cerco

El nuevo periodo del movimiento por la democratización del país, el llamado segundo piso, ha arrancado y más rápido que un chasquido las fuerzas vivas de la   transformación han tomado, por asalto, por la fuerza o aprovechando los enormes vacíos que se abrieron y las inercias de quienes ejercían el poder, su nuevo posicionamiento político.

Tres espacios se disputaron, para empezar, en el nuevo periodo: la administración de gobierno, el poder legislativo y el partido.

 En los tres niveles mencionados, la mano hereditaria e impositiva se exhibe a los cuatro vientos bajo el eufemismo de continuidad. Porque la continuidad, cierta y verdadera, se debe al proyecto, a la perspectiva trazada, a la ruta de cambio, de restablecimiento soberano y de priorización a la demanda social, no a las lealtades hacia personajes de un grupo político. Es claramente visible la ausencia de  cuadros políticos del claudismo, y por el contrario, el copioso control, en la primera línea de ataque, de quienes responden sí, a un mismo proyecto, pero no al equipo entrante. En las secretarías clave se colocaron piezas que garantizan un sentido de pertenencia, pero al centro de mando omnipresente. Son, desde luego, las inevitables inercias que van deslizándose mientras se afianzan bien las riendas de la carreta, aunque debieron cuidarse los excesos y los abusos que desplazaron a quienes sí contaban con el perfil necesario para ocupar los espacios. 

En el partido, los tres cargos de mayor peso, la Presidencia, la Secretaría General y la de Organización, han sido ocupados por una misma fuerza, con la validación formal de un congreso que se disciplina y que, con otro eufemismo de no romper la unidad, se sujeta a las instrucciones que recibe. 

El control del aparato partidario queda, así, bajo control ajeno del claudismo; se les pasó la mano. Según los nuevos dirigentes, le darán vida al partido movilizando a la militancia de base, en los estados, para que asuma un papel más protagónico. No han calculado, sin embargo, (o lo saben, pero lo omiten) que las estructuras de dirección estatal, los congresos y los consejos, están capturadas por los gobernadores o por las fuerzas de mayor peso. Las presidencias y los Comités Ejecutivos fueron convertidos en unidades departamentales de los gobiernos locales. Y cómo corregir esa desviación si el Congreso Nacional acordó extender la vigencia de esas instancias hasta 2027. El impulso de un nuevo periodo de afiliación no resuelve nada porque los grupos clientelares volverán a movilizarse para copar otra vez, los espacios. En realidad, la concepción política prevaleciente en relación al partido, sitúa a este como un espacio de gestión electoral, donde se arma y se prepara un cierto equilibrio de fuerzas para la ocupación de cargos de elección popular. La fuerza interna que controle el aparato es la que llevará mano en el acomodo. Por ello resulta sorprendente, explicable solo por una falta de destreza política, la libertad con la que se dejó operar a un individuo con una profunda mentalidad neoliberal para la integración de la fracción parlamentaria actual. Para la próxima elección intermedia, en 2027, el aparato partidario ya da color, pues así lo acordó en Congreso morenista, de quien tomará las decisiones. 

 Respecto al Congreso, muy aleccionador ha resultado el nombramiento de las comisiones. De 26 espacios que le correspondían a Morena, Pedro Haces, operador de Monreal y prototipo de charro con toda la escuela cetemista que lo mismo intimida, amenaza o golpea, si es preciso, se agandalló 15. Habrá que hurgar detenidamente en el perfil de los ocupantes para conocer con quienes tejió el acuerdo, aunque lo cierto de entrada, y esto es una de las partes más interesantes del asunto, es que el ninguneo hacia Gabriela Jimenez y Alfonso Ramirez Cuellar, muy cercanos a Claudia Sheinbaum, habla del desconocimiento de mando por parte del monrealismo, o por lo menos de un desdén muy expresivo. 

El conjunto de hechos muestra un periodo de arranque, de reacomodo de fuerzas en el que las indisciplinas se correlacionan con los vacíos inerciales del proceso de cambio. Una lucha soterrada entre las fuerzas internas que debe apaciguarse a la mayor brevedad para evitar que se profundice. El problema de fondo es la carencia, por lo menos aparente, de cuadros políticos duros ligados al equipo emergente. Para el congreso se dejó correr con toda ligereza, el armado de una fracción parlamentaria  muy proclive al acuerdo convenenciero, y los resultados están a la vista. En términos generales, el proyecto por la Transformación avanza con sólidos planteamientos desde el ejecutivo, sin embargo, la operación política en los distintos frentes, consideramos, debe ser más cuidadosa. Es indudable que la apertura indiscriminada de fuerzas ajenas al movimiento o personajes que representan intereses grupusculares, puede dañar la consolidación de los cambios profundos por los que se transita.