Desde el nacimiento de los Estados Unidos de América y la revolución francesa la democracia, es decir, los procesos de elección de legisladores y dirigentes del poder ejecutivo ha sido un arma poderosa para derrotar o acotar monarquías y otras modalidades de poderes tradicionales o económicos, como en México los hacendados y otras formas de cacicazgos. El argumento es que la toma de decisiones debe responder a los intereses de la mayoría de la sociedad, lo cual se logra eligiendo entre todos a las personas que habrán de hacer las leyes y las que tomarán las decisiones de administración y gobierno, porque de esta manera sus actos se corresponderán con las necesidades de las mayorías; asumiendo que actuarían de esta manera para ganarse la voluntad popular y así conseguir ser reelectos. Salvo en el caso mexicano, porque la reelección está prohibida para presidencia y se renovará la prohibición para legisladores y presidencias municipales.
Pero en su origen la democracia moderna sirvió para arrebatar la toma de decisiones a un pequeño grupo que concentraba el poder para depositarlo en un nuevo grupo social más amplio y vinculado con el resto de la sociedad. Se socializó, al menos parcialmente, el poder y la toma de decisiones.
Durante el siglo XIX la democracia fue un anhelo y un pretexto para imponer o derribar gobiernos y siguió siendo una práctica a la que tenían acceso sectores pequeños de la sociedad. Las mujeres, los esclavos, los indígenas, las comunidades alejadas de las grandes poblaciones y analfabetas estaban excluidos. Es decir, la gran mayoría de la sociedad. La democracia era, como en la antigua Grecia, de élites.
Durante el siglo XX la democracia se convirtió en la coartada para imponer gobiernos que ejercían el poder en favor de las grandes empresas. Pero, a partir de la segunda mitad de ese siglo las poblaciones crecieron, las mujeres pudieron votar, las comunicaciones mejoraron, las ciudades crecieron, el analfabetismo se redujo y los pueblos se educaron y politizaron más, de manera que los gobiernos necesitaron cada vez más legitimar su existencia y sus acciones sobre la base de los procesos electivos y del discurso democrático.
Los dueños del dinero en el occidente aprovecharon la tendencia para imponer esta forma de legitimación del poder en todo el planeta. Se impuso una receta de operación de la democracia como criterio para calificar desde el exterior a otros gobiernos. Durante toda la segunda mitad del siglo XX la democracia electoral se convirtió en un estándar obligatorio para todos los países. Al aplicarlo se evitaban agresiones, intervenciones y hasta invasiones del poder occidental. Se hizo obligatoria la competencia entre varios partidos en procesos electorales con voto secreto y se criticó acremente la reelección en el cargo de presidente.
Pero al mismo tiempo los pueblos fueron aprendiendo a usar la democracia, que había sido una forma más de dominación, como arma contra el poder opresor. Primero en Europa y luego de manera destacada en América Latina.
En los EUA, el autoproclamado principal inspector de la democracia, jamás ha existido la democracia. En ese país el pueblo no elige a sus gobernantes. Es una democracia indirecta, la más atrasada del mundo.
La democracia norteamericana está diseñada para que los ricos sean quienes elijan a los gobernantes y nunca pierdan ese poder, es decir, que jamás sea el pueblo quien tome la decisión de cuáles personas harán las leyes o llevarán las riendas del gobierno.
En EUA solo hay dos partidos casi únicos desde su fundación, hace 248 años; todos los presidentes han pertenecido a esos partidos. Las campañas electorales son financiadas principalmente por las empresas a cambio de favores legislativos y la puesta en práctica de políticas económicas favorables a esas empresas.
Los dos partidos en competencia representan los mismos intereses, con algunos matices menores: los de las grandes empresas (trasnacionales de alimentos, tecnología, petróleo, química, minería, agropecuaria, etc., armamentistas, narcotráfico…), pero nunca los intereses de los ciudadanos comunes y de hecho son contrarios a las necesidades de los trabajadores (blancos, negros, latinos, asiáticos; migrantes y nacidos en gringolandia).
Para garantizar que nunca perderá el poder la dictadura empresarial en los EUA, la democracia yanki pone límites, dificultades y excluye a casi dos tercios de la población del ejercicio del voto y no permite el voto directo de los electores para elegir presidente. Los ciudadanos votan en cada estado por uno u otro partido. El que obtenga más votos gana a todos los electores del Estado, quienes constituirán, con los electores del resto de los Estados, el colegio electoral y este elegirá al presidente. Si, por ejemplo, en Texas un partido gana por una mínima diferencia se queda con los 38 electores del estado. No hay proporcionalidad, de manera que todos los votos del partido derrotado y por tanto la voluntad de los ciudadanos que los emitieron, simple y llanamente desaparecen, como si nunca hubieran existido.
Además, como el voto no es directo el ciudadano delega su opinión y voluntad a un elector. Así, jamás hay grandes sorpresas en el remedo de democracia que se practica al norte del Río Bravo, a la vez que se garantiza que el poder siempre esté en manos de la dictadura capitalista.
El sistema funciona a la perfección para los dueños del dinero, pero para el pueblo ha resultado nefasto. Los EUA es el país con más adictos a fármacos, drogas ilegales y drogas legales de todo el mundo; su población es la más obesa y con más casos de diabetes tipo 2. Tres cuartas partes de la población no tienen acceso a servicios de salud porque casi todo es privado y muy caro. El costo de las rentas en las ciudades es tan alto que las personas comparten viviendas, alquilan micro departamentos y la mayoría jamás podrán comprar una; cada año crece el número de personas que viven en las calles. La población negra y latina viven en la inseguridad por la delincuencia, el crimen organizado y el narcotráfico. EUA es el país más inseguro del mundo; a la criminalidad generalizada se agregan los locos armados que salen a hacer matanzas. La mayoría de la población no podrá estudiar más allá del bachillerato porque los ingresos de sus padres no lo permiten pues la educación es muy cara. La mayoría de los habitantes padece malnutrición porque no puede comer suficiente o por la baja calidad nutricional de sus alimentos. La mayor parte de los norteamericanos son víctimas de discriminación racial cotidiana y son objeto de agresiones de parte de la policía. El clasismo yanki es extendido y virulento. Finalmente, los EUA es el país con la peor distribución del ingreso; la distancia entre la riqueza de los encumbrados y la pobreza de los indigentes es abismal.
Un estado que no puede garantizar el trabajo de calidad, la salud, la educación, la seguridad y la vivienda a la mayoría de su población es un estado fracasado o como gustan decir los gobernantes gringos: un estado fallido.
La falta de democracia o más directamente el autoritarismo violento promotor de las adicciones ha llevado a los EUA a la proximidad de una emergencia humanitaria, por la avaricia y mezquindad de unos cuantos miles de accionistas de los mayores grupos empresariales.
Donald Trump, al salir triunfador en la elección del 5 de noviembre en la peor democracia del mundo, tendría un arduo trabajo para resolver el complejo entramado de problemas que afectan a la sociedad gringa, pero lo más probable es que, como sus antecesores, dedique todos sus esfuerzos a defender los intereses económicos de las empresas yankis, sin ocuparse de las necesidades de las personas. Él dice que gracias a su regreso al gobierno EUA volverá a ser grande, pero en realidad se refiere a que las empresas de su país tendrán grandes ganancias con el apoyo del gobierno.
Para defender a sus colegas empresarios Trump agredirá y amagará económicamente a otros países, cada vez con menor éxito, como le ocurrió a Biden al tratar de sancionar a Rusia, y con un crecimiento acelerado de los problemas internos, porque la pobreza, el clasismo, el racismo y otras formas de discriminación se acercan a niveles intolerables y explosivos.
Extendemos nuestro sentido pésame al pueblo norteamericano, víctima de la peor democracia del mundo, que generó un Estado fallido, por el malévolo gobierno del que serán víctimas.