TRUMP O HARRIS, EL FALSO DILEMA

Para fortuna de los demócratas estadounidenses, el Presidente Joe Biden se retiró de la contienda electoral para dar paso a Kamala Harris, quien ahora tiene el reto de vencer a Donald Trump en las urnas, cosa nada sencilla para una política gris, falta de carisma y liderazgo, que ha podido reunir fondos, pero no simpatías en las encuestas más recientes, a solo tres meses de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Para algunos esto es un problema, pues pretenden hacernos creer, todavía, que resulta mejor un o una demócrata que un republicano, incluso hay quien se atreve a decir que el partido demócrata es “la izquierda” en la Unión Americana, aseveración por demás absurda pero que algunos se comen completa, ya por ignorancia, ingenuidad o simple estupidez. 

Resulta común y hasta fácil afirmar que Trump es peligroso en tanto se regodea en un discurso supremacista y racista, además de sus tantas alusiones a una política antiinmigrante, y cuando algunos voltean a la opción demócrata, suponen que ahí se encuentra la verdadera antítesis del trumpismo. Pero si uno es atento, si uno es más serio en la revisión de la política estadounidense de las últimas décadas, el hallazgo resultará sumamente revelador e interesante. 

La figura de Kamala Harris es intrascendente en sí misma; como se dijo, no hay nada en ella que atraiga como figura intelectual, ideológica o política, en su momento sólo fue la cuota de color de Biden para su fórmula presidencial, punto. Pero aún si fuera relevante y representara una apuesta competitiva para los demócratas, la cosa sería la misma, es decir, no se trata del candidato demócrata sino de la política de dicho partido en las últimas décadas

Vamos un poco atrás. La política demócrata en el siglo XX, en los años de la Guerra Fría, tuvo muchos vaivenes, teniendo representantes no belicistas como John F. Kennedy y Jimmy Carter, hasta el muy beligerante Lyndon B. Johnson; los primeros eludieron las presiones de su tiempo para meterse de lleno en conflictos en Europa Oriental, Medio Oriente, Sureste Asiático, Cuba y Centroamérica, mientras que el segundo no dudó en involucrarse por completo en Vietnam, a costa de un amplio desprestigio para su partido y su gobierno. Pese a esta política exterior divergente, en lo que nunca renunciaron ninguno de los gobiernos demócratas, fue en sostener la política del New Deal, gestado por Roosevelt y Truman, ya que ese pacto social era la base de la paz y la mediana armonía social, considerando que dicho pacto no sólo implicaba una política social destacada sino la consolidación de las libertades civiles.

 El quiebre de esta política demócrata, que lo hacía distinto a su rival republicano, llegó en los años ochenta, con el gobierno de Ronald Reagan y su agresiva política neoliberal, que destrozó el perfil social del New Deal y metió a la sociedad estadounidense en una espiral salvaje de pobreza gradual y crisis económicas cada vez más serias. Luego de tres administraciones republicanas y de los estragos de sus nefastas reformas, vino la posibilidad de una recuperación, con la figura del demócrata Bill Clinton, cuyos gobiernos fueron una completa decepción, al menos en lo que a la política social se trató, pues nunca tuvo la más mínima intención de retomar el New Deal, dejando los sectores educativo y de salud, por ejemplo, en el mismo estado deplorable en que los habían dejado Reagan y George Bush. La familia Bush se hizo del poder de nueva cuenta, en la figura del hijo, George W. Bush, y tras dos brutales administraciones, de las más belicistas que se puede recordar, vino una nueva esperanza, la de Barack Obama, el primer presidente afroamericano, pero que igual que Clinton, fue un fracaso y una decepción en política social y en la recuperación del crecimiento económico, lo que, entre otras cosas, permitió la eventual primera victoria de Trump. 

Sin embargo, los gobiernos de Clinton y Obama sí se destacaron en algo muy importante, fueron administraciones sumamente belicistas e intervencionistas, sosteniendo e incluso ampliando los escenarios en que se habían involucrado sus similares republicanos. En aras de la paz, provocaron o intervinieron en guerras en los Balcanes, África oriental y Medio Oriente, e intervinieron en buena parte de los gobiernos de América Latina, oponiéndose a la ola progresista abierta en la región desde 1999 por la revolución bolivariana. Pero no sólo eso, estos demócratas abrazaron por completo la política hegemonista levantada por los republicanos, de modo que debían sostener la sujeción sobre Europa, a través de la OTAN, y emprender una ardua política de confrontación comercial y diplomática con China y Rusia. Y así llegamos a los años de Joe Biden, quien fue parte del tejido de esta nueva política demócrata desde sus años como senador y su paso como vicepresidente de Obama, de modo que al vencer a Trump, continuó con esa pugna con gobiernos progresistas en Latinoamérica, siguió confrontando comercialmente a China y amenazándola con una guerra en Taiwán, y provocando una guerra en Ucrania para desgastar lo más posible a Rusia, además del boicot a la nueva ruta de la seda, gran proyecto comercial chino y ahora retomado por la alianza de los BRICs. En esta nefasta cuenta de Biden, habría que anotar el apoyo directo de Washington al genocidio contra el pueblo palestino por parte del estado de Israel. Por si faltara algo, los demócratas han dejado de lado cualquier recuperación del sector social estadounidense y un reimpulso sano de la economía de su país, a la que han mantenido con el mismo esquema creado por los republicanos, es decir, alto endeudamiento y especulación del dólar. En resumen, a partir de Clinton, el partido demócrata ha seguido la misma política neoliberal y hegemonista gestada por los republicanos, siendo la única diferencia entre uno y otro partido, quién comanda dicha política

Es aquí donde uno debe entender la razón del voto a favor de Donald Trump. No se trata de su discurso supremacista, racista y antiinmigrante, eso es pura demagogia y propaganda; lo que realmente atrae a buena parte de sus votantes es que Trump no desea seguir comprometiendo a su país en más guerras ni desea conflictos desgastantes con Rusia y China, antes bien, la xenofobia trumpista busca alimentar el ánimo patriótico estadounidense para consolidar su modelo proteccionista, es decir, no neoliberal ni globalista, que acabe rehaciendo el mercado interno de la Unión Americana al modo de los años 50 del siglo XX; el gran problema para el republicano es que la realidad internacional no va en ese carril. Aún ganando las elecciones, Trump no podrá aislar a su economía, no podrá sacarla de su depreción con un esquema que perdió vigencia hace más de medio siglo. Por tanto, el proyecto trumpista tampoco será suficiente para impedir el ascenso de nuevas potencias rivales y la pérdida de la hegemonía estadounidense, mucho menos para detener el impulso progresista latinoamericano y en ello el nuevo posicionamiento de México, que es hoy en día, el principal socio comercial de los EEUU y que cuenta con población en dicho país, en otras palabras, un gobierno republicano trumpista no podrá detener el integracionismo regional de América del Norte. 

Hablar de la opción demócrata hoy en día es hablar de una política desesperada por sostener la hegemonía internacional estadounidense a través de guerras e intervencionismos, tener a flote una economía por medios deficitarios y sacrificar al pueblo de EEUU con pobreza y medidas segregacionistas. Hablar de la opción republicana es hablar de un proyecto que busca lo mismo, pero a través de medidas bastante arcaicas de proteccionismo y nacionalismo ramplón. Ambas son rutas tendientes al fracaso, que no recuperarán el papel de los Estados Unidos en el mundo ni salvarán su economía y sólo aumentarán las posibilidades de crisis social y política al interior de su país. Ambas son rutas propias de una oligarquía que no encuentra un modo eficaz de sostenerse como poder global y que sólo puede aspirar a contener, tanto como pueda, el surgimiento de una opción realmente progresista y popular, venida desde las entrañas mismas de la sociedad estadounidense

Querer encontrar una oposición entre atraso y progresismo, entre dictadura y democracia, en las figuras de Trump y Harris, es un falso dilema, pues ambas son opciones derechistas y oligárquicas, y si aún deseamos pensar equivocadamente, recordemos que Obama deportó más indocumentados que Trump, y que éste no promovió ninguna guerra, mientras que Biden gestó una en Europa y apoya un genocidio en Medio Oriente.