Es equivocado pensar que la continuidad de la Cuarta Transformación se dará de manera inercial, es decir, como una suerte de movimiento mecánico, por lo que habrá de concentrarse principalmente en la selección de la próxima candidata o candidato y lo demás vendrá sólo.
Gran error creerlo así, insisto. Para comenzar, en esa visión simplista se suele omitir el hecho de que cada precandidato representa matices no solamente de estilo personal, sino de intereses de diversa índole, económicos y políticos en primer lugar. Pero por ahora el acento será puesto en otro enfoque, el del contenido de la siguiente etapa del proceso transformador. En ese cometido hay que dejar claros algunos conceptos que forman parte del discurso habitual del presidente AMLO dos de los cuales señalo ahora:
En primer lugar, el de Estado de Bienestar, que ha sido colocado por el presidente como ideal gubernamental. El Estado de Bienestar (Welfare State, en inglés) surgió en Estados Unidos a principios de la década de los años 30 con el primer periodo presidencial de Franklin Delano Roosevelt, como respuesta a la tragedia social generada por la crisis capitalista conocida como la Gran Depresión de 1929, que envió al desempleo a millones de trabajadores, provocó la ruina de miles de pequeños empresarios y una secuela de pobreza extrema, abandono del campo, marginación y en general un terrible sufrimiento al pueblo estadounidense.
Los grandes capitalistas temieron que la protesta social resultado de las condiciones paupérrimas condujeran a una revolución y no fue así, entre otras razones, precisamente porque el gobierno estadounidense recurrió al Estado de Bienestar, que fue, entonces no una acción bondadosa sino una habilidosa maniobra política de la burguesía estadounidense.
Años después, luego de la Segunda Guerra Mundial, las burguesías europeas adoptaron este modelo, aunque por otra razón, por el temor a que el ejemplo socialista de Unión Soviética cundiera en el continente y pudiera ganar simpatía entre las masas populares. Incluso en las naciones fronterizas con la URSS, como Suecia, Finlandia y Noruega, fue particularmente acentuado. En casos como Francia e Italia, que contaban con una poderosa influencia y prestigio social de los partidos comunistas, se puso énfasis mayúsculo, incluso en Italia, a través de la llamada Operación Gladio, Estados Unidos y aliados promovieron campañas negras, actos terroristas y operaciones criminales encubiertas para evitar el triunfo electoral del Partido Comunista en la elección de 1947.
De más está decir, que buena parte de las conquistas del Estado de Bienestar fueron abandonadas casi en su totalidad en Europa Occidental, luego de la caída de la Unión Soviética y los gobiernos europeos asumieron con sumo entusiasmo el modelo neoliberal. Otro tema recurrente en el discurso del presidente AMLO es el referido a la Alianza para el progreso (ALPRO) promovida por el entonces presidente de Estados Unidos John Fitzgerald Kennedy. La ALPRO, también fue una respuesta política del imperio, esta vez a la creciente influencia de la Revolución Cubana en América Latina y del Caribe.
Las acciones, tal como la melosa retórica de la ALPRO, tuvieron como propósito evitar que las ideas revolucionarias ganaran adeptos entre las masas populares. De hecho, pocos años después, Estados Unidos promovió, en alianza con los sectores golpistas oligárquicos en América del Sur, la siniestra operación CÓNDOR, operada por militares y policías que recibieron adiestramiento de la CIA y de militares de la escuela francesa de contrainsurgencia y a cuyo cobijo se llevaron a cabo asesinatos, torturas, desapariciones y encarcelamientos de miles de luchadores sociales y opositores a las dictaduras militares suramericanas.
Estado benefactor y alianza para el progreso fueron acciones políticas para impedir que el malestar social tomara el camino revolucionario. Esa es la razón que explica semejantes proyectos, no la bondad, ni el espíritu filantrópico de los presidentes estadounidenses que en todos los casos representan al gran capital.