A lo largo de la historia, en distintos episodios, el pueblo ha marcado su presencia multitudinaria tomando las calles. De la mitad del siglo pasado para acá, destacan significativamente las manifestaciones del movimiento médico y las jornadas del movimiento estudiantil de 1968. En 1988 y 2006 el pueblo salió a las calles en rechazo al fraude electoral. En 2005, en repudio al desafuero de Andrés Manuel López Obrador y significativamente las manifestaciones por los 43 de Ayotzinapa en 2014.
Sin embargo, el 27 de noviembre de este año, se sitúa como un gran acontecimiento histórico no sólo por el hecho de que el pueblo tomó, durante siete horas, el Paseo de la Reforma, sino por el significado cualitativo que implica tal expresión política.
Ha quedado explícito el refrendo que hace el pueblo, de su respaldo al gobierno democrático. Este gobierno, que es producto de una insurrección pacífica, llevada a cabo en 2018 a través de las urnas, hoy confirma la voluntad, disposición y participación activa de la ciudadanía, para defender y profundizar los programas de rescate de la Nación.
No hay una separación entre pueblo y gobierno. El gobierno, después de 4 años de ejercicio, puede evaluar satisfactoriamente, que el impacto de sus políticas no sólo han repercutido positivamente en el bienestar, sino que, han creado un nivel de conciencia ciudadana que nos hace proclives a asumir el rumbo del país como algo propio, algo que nos ubica como sujetos del cambio y no pasivos receptores de dádivas. Ese es uno de los grandes logros que sólo con una lectura cuidadosa se puede percibir y entender a cabalidad. El gobierno democrático y su liderazgo han sido capaces de darle continuidad al momento insurreccional y lo ha transformado en educación política para la defensa, continuidad y profundización de la Cuarta Transformación. Si el pueblo tomó las calles el 27 de noviembre, es porque se siente representado y se identifica con un liderazgo que le ha devuelto la confianza, que le ha hecho ver que el saqueo, el robo y la corrupción no son el destino de este país como quisieron inculcarlo los defensores de la ignominia.
Nuestra carencia, hay que decirlo para enderezar el rumbo, es la inexistencia de espacios organizativos que permitan la participación ordenada, bien pensada y bien calculada para evitar e impedir cualquier confusión o desvío de este proceso de cambio. Necesitamos que esa expresión de júbilo, ese ímpetu de rebeldía se plasme en organización, en coordinación y en creatividad permanente.
La continuidad, que para 2024 se pondrá a prueba, dependerá de la organización del movimiento social. La Unidad de las Izquierdas debe desarrollar todos sus esfuerzos para alcanzarlo.